Robert Smithson
El lenguaje opera entre la significación metafórica y la literal. El poder de una palabra reside en la mera inadecuación del contexto en el cual está emplazada, en la tensión de los disparates irresolutos o parcialmente resueltos. Una palabra fijada o una afirmación aislada sin ningún formato visual decorativo o “cubista”, se vuelve una percepción de similitudes dentro de las diferencias, en pocas palabras, se trata de una paradoja. La congruencia puede ser desbaratada por la complejidad metafórica que existe dentro de un sistema literal. El uso literal se vuelve desencantante cuando todas las metáforas son suprimidas. Aquí el lenguaje es construido, no escrito. Aun la literalidad discursiva es apta para ser contenedora de una metáfora radical. Las afirmaciones literales con frecuencia concilian analogías violentas. La mente se resiste a la falsa identidad de tales sugestiones detalladas, sólo para aceptar una falsa superficie lógica de falsa equidad. La función de las palabras banales, como un fenómeno débil que cae en sus propios pantanos mentales de significado. Una emoción es sugerida y demolida con sólo echar una ojeada en algunas palabras. Otras palabras en constante traslado se invierten a si mismas infinitamente, estas podrían ser llamadas “palabras suspendidas”. Las afirmaciones simples frecuentemente se basan en los miedos del lenguaje, y algunas veces resultan en dogmas o sinsentidos. Las palabras utilizadas para referirse a procesos mentales derivan todas de cosas físicas. Las referencias son frecuentemente revertidas para que el “objeto” tome el lugar de “mundo”. A es A pero nunca A es A antes que X es A. La noción mal entendida de una metáfora reside en entender a A como X y esto es un error. La escala de una letra en una palabra le cambia a uno el sentido visual de ésta. De este modo el lenguaje se vuelve monumental a causa de las mutaciones de la publicidad. Una palabra fuera de la mente es una colección de “letras muertas”. La manía de la literalidad relata el desmoronamiento de la creencia racional en la realidad. Los libros sepultan a las palabras en un rigor mortis sintético, quizás por eso es que la “imprenta” se concibe hoy pronta a pasar a ser obsoleta. De esta muerte la mente, de cualquier forma esta implacablemente despierta.
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